“I watch you like a hawk, I watch you like I'm gonna tear you limb from limb.
Will the hunger ever stop?
Can we simply starve this sin?
That little kiss you stole, it held my heart and soul.
And like a deer in the headlight I meet my fate.”
Escuchaba sus pasos desde mi habitación. Sabía que se estaba acercando, a un ritmo pausado y con pies de plomo. Cogí una bocanada de aire y expiré lentamente: debía mantener la calma. Cerré los ojos y me aferré al arma que tenía entre mis manos. De pronto, cuando quise darme cuenta, podía sentir sus penetrantes ojos justo delante de mi. Y, en ese instante, disparé.
- Kozlowski, ¿está usted en clase? -la voz de la profesora sonó lejana pero al mismo tiempo logró que después de un rato pudiera volver en mi. Sacudí la cabeza levemente y la miré fijamente a los ojos, intentando disimular que realmente estaba perdido.
- Sí, perdón, estoy algo cansado y me cuesta centrarme -respondí, haciendo el esfuerzo de sonar lo más creíble posible.
Desde el otro lado de la clase, pude sentir la mirada de Jessica sobre mi nuca. ''¿Pero a este qué le pasa?'', se estaría preguntando. De hecho, ni yo mismo sabía muy bien qué me estaba ocurriendo. Llevaba días en los que notaba que mi cabeza estaba en un sitio totalmente diferente al de mi cuerpo, como si me hubiese perdido en algún mundo extraño del cuál me estaba costando encontrar una salida.
- Hey -pronunció una voz masculina.- Holaaaaa -volvió a decir al ver que no estaba prestando atención.- Tierra llamando a Alex.
- ¿Eh? -cuando levanté la mirada, tenía a Sullivan mirándome con cara de mal humor.- ¿Qué ocurre?
- Tío, ¿se puede saber qué te pasa?
Se sentó a mi lado y me analizó con la mirada detenidamente. Sullivan era bastante bueno en descifrar el lenguaje corporal de la gente y era una persona muy observadora a la par que malhumorada.
- No lo sé -suspiré y me llevé las manos a la cabeza.- Llevo días en los que siento que algo no va bien, como si fuese a suceder alguna cosa terrible.
- ¿Como qué?
- Ojalá lo supiese, Sullivan. Tengo escalofríos cada dos por tres y estoy siempre en alerta porque pienso que en cualquier momento puede pasar.
- ¿Por qué no te vas mejor a casa? Total, no vas a hacer nada de provecho en el estado en el que estás y descansar te vendrá bien.
Asentí con la cabeza y recogí mis cosas. Salí de la clase y, de pronto, el pasillo me pareció eterno. Suspiré y empecé a andar, aunque más bien lo único que hacía era arrastrar los pies por el suelo dado que parecía que pesaban toneladas.
Cuando salí del centro, me puse la capucha y, justo en la entraba, había un grupo de chicas sentadas hablando entre ellas. En cuestión de segundos, se callaron y dirigieron sus miradas hacia mí. Mantuvimos contacto durante lo que parecieron las milésimas de segundo más largas de mi vida y pude ver que entre ellas estaba Lydia. Tragué saliva e intenté no ponerme nervioso pero ante su presencia y teniendo sus ojos azules puestos en mi, me era imposible. Pasé por delante de ellas y crucé lo más rápido que pude.
Nada más llegar a casa, dejé la mochila en la entrada y me quité tanto la chaqueta de cuero como las botas.
- ¡Ya estoy aquí! -dije con un tono de voz más elevado mientras buscaba dónde se había metido mi padre.
- Estoy en la cocina, Alex.
Desde la muerte de mi madre, ambos nos habíamos sentido muy vacíos. Sin embargo, yo supe llevarlo mejor que él. Aun hay noches en las que le oigo decir que la echa de menos, noches en las que las lágrimas le vencen, en las que se derrumba y se muestra siendo humano.
Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza. Recogí la mesa y fregué todos los platos mientras él seguía sentado, contemplando fijamente el sitio que mi madre solía ocupar. Y, entonces, sucedió algo que me heló la sangre.
- ¿No vas a saludar a tu madre? -dijo con dulzura.
En ese momento se me cayó el plato que estaba limpiando, rompiéndose en pequeños pedazos. Me di la vuelta y lo observé, con los ojos abiertos de par en par y con el corazón yéndome a mil por hora.
- Papá, aquí solo estamos tú y yo.
- No, también está tu madre -cada vez sonaba más y más convencido de lo que decía.
A medida que me fui acercando a él, varios escalofríos recorrieron mi cuerpo de arriba a abajo. Me paré en seco, asustado, y miré a mi alrededor intentando orientarme, intentando comprender qué demonios estaba pasando.
- Alex... -pude escuchar cómo una voz femenina pronunciaba mi nombre.- Cariño, ven aquí.
- No, no, no... Esto no puede ser real.
Fui retrocediendo hasta que tropecé y caí. Me llevé las manos a la cabeza y me apoyé sobre las rodillas. Cerré los ojos con fuerza con la esperanza de que todo aquello cesara, de que la voz de mi madre desapareciera y mi padre volviera a estar normal. De pronto, todo quedó sumido en un profundo silencio y, al abrir los ojos, me di cuenta de que no estaba en mi casa, ni siquiera había llegado a estar en ella; no había ni abandonado la universidad.